divendres, 26 d’agost del 2011

Dilemas éticos africanos

Eloi ha llegado hace unos días a Butembo, para pasar unas vacaciones alternativas. Es el hijo de Ernest, el coordinador catalán de Veterinarios sin Fronteras - España (VSF-E) en la RDC. Eloi tiene 13 años, y vive en Navarcles (Barcelona). Ha venido 3 semanas a esta desdichada tierra para ver a su padre, al que echaba de menos después de 4 meses de separación. Ernest es un enamorado de África que ha pasado cerca de 10 años cooperando en varios países del continente, entre ellos Angola y Mozambique. De hecho, es en este último país donde Ernest conoció a la madre de Eloi, que también vive en Cataluña. Como habréis deducido, Eloi es mulato. Automáticamente, surge la pregunta: ¿Es Eloi un muzungu, como yo? Los congoleños tienen la respuesta; y a juzgar por las reacciones que no ha contado que tiene la gente al verlo, sí lo es. Y es que, aunque sus rasgos y su piel puedan ser un poco más cercanos a los de un congoleño que los míos, otros detalles le delatan: su pelo, su ropa, su manera de andar...

Este es Eloi
 
El martes fui con la gente de VSF-E, expatriados y locales, a tomar una cerveza al mítico Hotel Paradise. El motivo del encuentro era darle la bienvenida a Eloi y desearle una buena estancia en Butembo. Tras los mensajes de bienvenida y de hospitalidad de los congoleños, llegó el turno -como no podía ser de otra forma- de la discusión sobre política. Los 3 congoleños presentes se mostraron muy críticos con el actual presidente Joseph Kabila, aduciendo sus escasos resultados en la mejora de las condiciones de vida del pueblo, y desearon que las elecciones de noviembre traigan un presidente mejor. Joseph sucedió a su padre Laurent-Desiré en la presidencia del Estado después de que éste fuera asesinado en 2001 por uno de sus guardias de seguridad; más tarde, Joseph ganó limpiamente las elecciones de 2006. Laurent-Desiré Kabila, a pesar de sus defectos, será siempre recordado como el líder de la rebelión que logró en apenas 7 meses cruzar el país de este a oeste y derrocar la dictadura de Mobutu Sese Seko, que sometió el país desde 1965 hasta 1997.

Tras algunas cervezas y habiendo concluido los debates políticos, decidimos retirarnos. Yo me fui alegremente del local, con el resto. Diez minutos más tarde, caí en la cuenta de que había olvidado mi mochila en el bar...con el ordenador portátil dentro (ahora es cuando mi madre lee esta parte y exclama: ¡otra vez olvidando cosas por los puestos!). Regresé tan rápido como pude al lugar de los hechos, vi que la bolsa ya no estaba y pregunté al servicio por su paradero. Nadie sabía nada. Finalmente apareció otro trabajador del Paradise, con la mochila. Sospechosamente la había guardado, sin decírselo a sus compañeros. Le mostré mi gratitud tanto como pude, y me dispuse a abandonar el local. Pero alguno de sus compañeros me dijo: "¿Le deberías dar algo, no?" Yo me quedé sin capacidad de respuesta. Fabrice, el administrador congoleño de VSF-E, se acercó al muchacho y le prometió una cerveza de recompensa.

Y ahí empezó mi dilema ético africano. ¿Debería dar una recompensa económica a un empleado de un local, por hacer sencillamente lo que se espera de él, es decir, no robar a un cliente despistado? Mi lógica personal me impedía recompensar con dinero el comportamiento ético de otra persona. Pero en el Congo opera otra lógica: todo tiene su precio: todo se compra y todo se vende. Y a ella se añade otra lógica: el muzungu es rico, el muzungu paga la cuenta.

Con el dilema aún sin resolver, al día siguiente mi sorpresa fue que Moïse -el salvador de mis posesiones comparte nombre con otro salvador bíblico- llegó hasta la oficina de GADHOP, donde trabajo por las mañanas, para pedir su recompensa. ¿Cómo había averiguado dónde trabajo? Mandé decirle que le invitaría a una cerveza un día de esta semana; satisfecho o no, se fue por donde había venido.

Para resolver el dilema, consulté la cuestión con varios congoleños y finalmente decidí aparcar mi lógica; la lógica del país se impuso. El jueves por la mañana, volví al Hotel Paradise, en busca de Moïse. Me crucé con él en las escaleras, y vi que su cara se iluminaba al verme. Le dije: "quería agradecerte por haberme guardado y devuelto mi mochila; es decir, por tus principios". Saqué un billete de 5 dólares de mi bolsillo, y se lo di (una cantidad irrisoria para un europeo, pero una gran propina en un país donde el PIB/cápita en 2008 era de 182 $, siendo el de España 35.215 $, según el PNUD). Me contó que había preguntado a varias personas, hasta que se enteró del lugar donde trabajo. "Además, te quiero invitar a una cerveza. ¿Tienes tiempo para tomarte una cerveza conmigo?", le dije. "Sí, por supuesto", respondió. Pero cuando íbamos a tomarnos la cerveza, su jefe le recordó que aún no había acabado su trabajo. "Moïse, pues te la tomas cuando acabes de trabajar, OK?" Moïse y su jefe asintieron, y yo me fui con la agradable sensación de haber hecho lo correcto.

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