dimarts, 27 de setembre del 2011

Cine de barrio

Frente a la oficina de GADHOP, donde paso todas las mañanas, hay un pequeño "cine de barrio" llamado Cine Top Bethlehem. Su nombre es una agradable coincidencia que me hace sentir un poco más cerca de mi querida Palestina, aunque hay que decir que en un país tan profundamente cristiano como el Congo, las referencias bíblicas son muy recurrentes. En Butembo no hay ninguna sala de cine como las que conocemos en Europa, y en su defecto abundan estos pequeños "cines de barrio". Desde que llegué a la ciudad tenía ganas de ver una película en el Cine Top, y de paso entender un poco mejor a qué dedican los jóvenes su tiempo libre.


El sábado pasado sentí que el día C (de cine) había llegado. Agarré mi inseparable bicicleta y me dirigí raudo y veloz hacia el centro de la ciudad, donde se encuentra el Cine Top Bethlehem. El responsable del lugar -un chaval de no más de 16 años- estaba en la puerta-cortina controlando la entrada y salida de los clientes. Le pregunté cuándo empezaba la próxima sesión; "a las 14h", me respondió. Revisé la cartelera para conocer cuál era el programa del día y vi que anunciaban "4 films terrible". Se trataba de 4 películas de acción, claramente adaptadas al público del cine, mayoritariamente juvenil y masculino. La de las 14h era una de Bruce Lee. Hacía años que no veía una película de ese mítico maestro de las artes marciales, así que me pareció un plan fantástico. La cartelera informaba también del precio de la entrada: 200 Francos congoleños (unos 20 centavos de dolar), un importe al alcance de los bolsillos más miserables.



Como aún faltaba una hora para que empezara la sesión de kung-fu, decidí aprovechar el tiempo muerto para zanjar una cuestión que me perseguía desde hacía dos semanas. Al volver a casa después del trabajo paso cada día por delante de una caseta de madera donde un joven congoleño, de nombre Xavier, se dedica al negocio de la recarga de teléfonos móviles. Hago una parada ahí de vez en cuando para recargar mi teléfono con unas cuantas unités. Hace días Xavier, en tono misterioso, me dijo que él y un amigo suyo tenían que hablar conmigo y me preguntó cuando tendría tiempo para ello. Yo le había dado largas diciendo que estaba bastante ocupado pero que ya encontraríamos el día. Me llamó en varias ocasiones durante varios días, y al final pensé que esa hora muerta era el momento de resolver el enigma y cerrar el tema.


Tras pedalear bajo un sol de justicia, llegué sudando y jadeando a la caseta. Allí estaban Xavier y su amigo Jérémie. Me contaron que los dos se dedican al negocio de la recarga de teléfonos móviles pero que les resulta muy difícil vivir con lo poco que ganan, apenas unos 50 dólares mensuales. Xavier tiene una familia que mantener, y Jérémie pronto será padre. Estudiaron secundaria y no pudieron acceder a la universidad porque no tenían el dinero suficiente. Pagan unos 10 dólares al mes para poder alquilar una habitación para sus familias respectivas, lo cuál condiciona fuertemente su presupuesto familiar. "Aunque sonreímos, tenemos una gran pena en nuestro corazón, que no se puede ver a simple vista. Es muy difícil vivir así", me dijo Jérémie. Me pidieron si les podía ofrecer algún trabajo. Les conté que yo no tenía contactos en la ciudad porque había llegado hacía poco tiempo, que me iba dentro de un mes y que no les podía ofrecer nada. Sin embargo, me comprometí a avisarles si me enteraba de algún puesto vacante en alguna ONG, aunque con su baja formación sus posibilidades de conseguir un trabajo técnico en ese sector son casi nulas. Me despedí con un pole (lo siento, en swahili) y volví hacia el cine.

Aparté la cortina-puerta del Cine Top, pagué mi entrada y me senté en uno de los bancos de madera. El espacio, una casita construida con adobe, estaba llena de jóvenes -sólo hombres- ansiosos por ver a su ídolo en acción. Algunos estaban tumbados plácidamente sobre los bancos. Hacia las 14.15h (una puntualidad muy aceptable para los estándares congoleños) la película de Bruce Lee empezó, y los potentes golpes y patadas propinadas por los protagonistas empezaron a sonar por el no menos potente equipo de sonido del lugar. La pantalla del cine era obviamente la de un televisor y todos la mirábamos hipnotizados, mientras los luchadores se daban tortas a diestro y siniestro. En dos ocasiones se fue la luz, debido a algún problema con el generador eléctrico. Al salir del cine, dejamos atrás la lejana China de Bruce Lee y emergió ante nosotros la cercana China de Butembo, la que exporta motos baratas, explota recursos naturales y financia la construcción de carreteras.

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