dilluns, 5 de setembre del 2011

La esmeralda y la pasta

Sábado por la tarde. Después de una dura semana de trabajo y una no menos dura salida nocturna la noche del viernes, me encontraba descansando y disfrutando de la gran casa con jardín que tengo en Butembo (por 360 dólares al mes) y que nunca tendré en Barcelona (¿ahora entendéis por qué algunos cooperantes nunca vuelven a la metrópolis?). Haciendo uso de mis limitadas dotes culinarias, me estaba preparando un plato de pasta como almuerzo. En el momento culminante, en el que la pasta caliente se secaba en el colador y yo empezaba a salivar...llamaron a la puerta (o sea, golpearon con unas llaves la reja metálica que da acceso a la calle). "Qué visita tan poco oportuna, sea quien sea", pensé.

Mientras me acercaba a la reja, pude ver a través de sus pequeños agujeros un rostro conocido y otro desconocido. Abrí y saludé a los visitantes con mi pobre swahili: "Jambo, karibu sana" (hola, bienvenidos!). El rostro conocido era el de Daniel, el vigilante de mi primera casa en Butembo, en la que viví 3 semanas durante el mes de junio. El rostro desconocido pertenecía a un hombre alto y misterioso.

Intercambiamos salutaciones y muestras de afecto. Pensando en la pasta que se estaba enfriando en el colador, decidí ir al grano y averiguar el motivo de la visita.

- "Ahá...entonces, ¿qué te trae por aquí, Daniel?"
- "Bueno, es que este señor tiene una cosa que te quiere mostrar. Se lo queríamos mostrar a algún muzungu"
- "¿Ah sí? ¿Y qué es?"
- "Es algo que vale mucho dinero"
- "¿Mucho? Como cuánto?"
- "Uuyyy, mucho. Como...un millón de dolares!", dijo Daniel
- "Daniel, ¿y yo tengo cara de tener un millón de dólares?"

Se rieron. El acompañante de Daniel sacó del bolsillo un pequeño objeto envuelto en papel y plástico. Lo desenvolvió, y una bella piedra con trazos verdosos apareció. Haciendo gala de mis vastos conocimientos en gemología, les dije:

- "Ah, qué bonita. Y esta piedra qué es?"
- "Es una esmeralda", dijo el acompañante.

En ese momento mis visitantes quizás esperaban que se me iluminaran los ojos de muzungu ricachón y exclamara mirando hacia el cielo "Dios mío, una esmeraldaaa! Yo la quierooo!". Sin embargo, creo que notaron que la miraba con la misma emoción que si estuviera mirando la cáscara de un plátano.

La piedra que me enseñaron se parecía poco a estas esmeraldas ya pulidas

- "¿Y esta esmeralda, cuánto cuesta? A mi no me interesa, pero si queréis puedo preguntar a otros muzungus si les interesa comprarla."
- "Bueno...esta puede costar hasta 5.000 dólares", dijo el acompañante de Daniel. Parece que la deflación ya había hecho bajar el precio desde el millón de dólares inicial a cinco mil dólares, en cuestión de minutos.
- "Como os decía, a mí estas cosas no me interesan, pero les preguntaré a mis amigos. Y si encuentro a algún interesado o interesada, te lo haré saber, Daniel. ¿OK?"

Ese fue el trato. Nos despedimos, los visitantes se retiraron tal como habían llegado, cerré la reja y corrí hacia la cocina. Por suerte, la pasta atrapada en el colador aún estaba caliente. "5.000 dólares por una piedrecita de colores...Eso es mucha pasta", pensé.

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