Butembo no es un lugar fácil para un europeo acostumbrado al
estilo de vida occidental. Es cierto que el bajísimo coste de la
vida en la ciudad ofrece ventajas: la posibilidad de vivir en
una gran casa con jardín, de contar con servicio doméstico, de
comer bastante bien en un restaurante a bajo precio, etc. Pero por
otro lado, abundan las desventajas de vivir aquí: acceso
irregular a la electricidad (que siempre
requiere el funcionamiento de algún generador), la imposibilidad de
tomar una ducha con agua caliente (ya sea por problemas eléctricos o
de provisión de agua corriente), conexión pésima a Internet,
inseguridad en los desplazamientos por la región, servicio
telefónico irregular y de baja calidad, inexistencia de
centros culturales (cines, librerías, museos, teatros, etc.), oferta
limitada de ocio (bares, discotecas), carreteras en pésimo estado,
inexistencia de instalaciones deportivas (salvo campos de fútbol),
etc.
En mi caso -y supongo que la
mayoría de mis colegas cooperantes estarán de acuerdo conmigo-
todas estas desventajas materiales se ven compensadas por
la gran satisfacción que me aportan otras experiencias:
contribuir al desarrollo de un país, luchar por mejorar las
condiciones de vida de la población local, conocer nuevas realidades
culturales, hacer amigos provenientes de todo el mundo, viajar a
lugar fascinantes, etc. Creo que, habiendo vivido durante 7 años en
varios países de América Latina y en Palestina, estoy más que
acostumbrado a vivir en condiciones materiales "incómodas".
Sin embargo, en Butembo me enfrento a una situación nueva para la
cual quizá no estaba preparado. No tiene tanto que ver con la
comodidad material como con la comodidad personal.
Tal como reza el título del blog, soy un muzungu en Butembo.
Ser un muzungu en esta tierra implica ser un ser extraño que
llama permanentemente la atención y despierta miradas atónitas,
gritos de sorpresa, risas infantiles, saludos efusivos, etc. Como ya
he explicado alguna vez, al contrario de los cooperantes que viven en
la ciudad, mis medios de desplazamiento no son los vehículos 4X4
sino una bicicleta, las moto-taxis y mis propias piernas; es decir,
que estoy más expuesto que el resto de expatriados a las miradas
de los transeúntes.
Esta sobre-exposición me permite tener un contacto más
directo con la gente, conocer mejor la ciudad, divertirme con los
niños, bromear con los curiosos, etc. La verdad es que en general,
me lo paso muy bien por las calles de Butembo. Pero el precio que un
cooperante tiene que pagar por el hecho de ser un muzungu en
Butembo es alto: la pérdida del anonimato. Sin duda hay
gente, en todos lados, a quien le encanta llamar la atención...pero
no es mi caso. Algunos días sueño con ser invisible para poder
caminar sin que la gente me vea, pero mi blanca piel me delata.
Además, la capacidad de sorpresa de los habitantes de Butembo al
ver a un blanco parece ilimitada; incluso pasando cada día por
las mismas carreteras, mi presencia les sigue llamando la atención.
A veces me gustaría ser como el mítico hombre invisible
Qué tiempos aquellos en los que caminaba por las ciudades del mundo,
especialmente por mi Barcelona natal, y la gente ni siquiera me
miraba. Era una hormiga más del hormiguero, cruzándome con
mis semejantes con toda normalidad. Es cierto que en Palestina
también podía llamar la atención paseando por un pueblo o un campo
de refugiados -más que en América Latina-, pero nunca tanto como en
Butembo.
Cuando más cuenta me doy de la fatiga que produce esta ausencia
de anonimato es durante el fin de semana. Me levanto el sábado
por la mañana, luce el sol, me siento en las escaleras de mi casa
con un libro en la mano, y descanso...No hay gritos de sorpresa, ni
llamadas al muzungu desde rincones ignotos, ni ojos como
platos mirándome. Esta agradable sensación de reposo social actúa
como un poderoso imán que me retiene en casa más tiempo del
necesario, durante sábados y domingos. Mientras permanezco en
casa, soy un ser anónimo, como solía ser antes de llegar.
Cuando pongo un pie en la calle, dejo de serlo. ¡Oh la la, quien fuera anónimo!
¿...contribuir al desarrollo de un país, luchar por mejorar las condiciones de vida de la población local..?
ResponEliminaQué alegría me da ver que después de tantos años, sigues manteniendo la inocencia!
Deber ser que sí, que la inocencia me mantiene en esta profesión :) Pero, para matizar, diría que cualquier persona que haya trabajado mínimamente con las ONG y en temas de desarrollo en general, ya sabe toda la mierda que hay. Hay quien no puede soportar la mierda, y lo deja. En mi caso, vi la mierda hace muchos años, la asumí y conseguí seguir. He trabajado en proyectos lamentables, y en otros con un impacto positivo real. Son los segundos los que te motivan para seguir, y ahora tengo la impresión de estar trabajando en uno de ellos...Eso debe explicar mi recuperación de la inocencia perdida, jeje
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